domingo, 3 de agosto de 2008

El show de Losantos y la libertad de expresión

La verdad del cuento

Después de haber oído por activa y por pasiva que el señor Federico Jiménez Losantos era la voz colérica de la COPE y la objetividad periodística, según ciertos sectores de opinión y de los medios de comunicación españoles más conservadores, y de que se amparase en la “Libertad de Expresión”, la justicia lo ha condenado por injurias, calumnias e intromisión en el derecho del Honor del periodista y escritor José Antonio Zarzalejos, ex director de ABC, como a un faltón más. Además de las demandas que aún se le amontonan, y las indemnizaciones que rozan ya los 200.000 euros, lo más importante de esta última de Zarzalejos es que pone frente a frente la mala praxis de la libertad de expresión, convertida en libertad de vejación por parte de Losantos, y la buena praxis, hasta sus últimas consecuencias, de un periodista íntegro y cabal como ha sido y es José Antonio Zarzalejos.

La noticia ya por todos sabida es que el Juzgado de Primera Instancia número 69 de Madrid ha condenado al locutor de la COPE Federico Jiménez Losantos a indemnizar con 100.000 euros al ex director de ABC José Antonio Zarzalejos por los daños morales que pudieron causarle los insultos y afirmaciones injuriosas que el periodista vertió contra él desde su programa radiofónico. La resolución condena igualmente al locutor a “abstenerse en lo sucesivo de realizar actos que comporten una intromisión ilegítima en el derecho al honor” de Zarzalejos, así como a publicar a su costa el fallo de esta sentencia mediante anuncios en los diarios El País, El Mundo y ABC y a leerlo literalmente en su programa en tres franjas horarias diferentes.

Durante el juicio Zarzalejos se mostró especialmente dolido por los “padecimientos, chanzas e ironías” que habían soportado sus familiares, sobre todo sus hijos y su padre. Lo más curiosos es que Losantos alegó que utiliza una manera popular de hablar para “llegar a todo el mundo”, mientras que su abogado dijo que tales expresiones no son insultos sino fruto de la crítica “severa y mordaz”, propia de un programa que es “de contenido satírico y paródico”.

Digo que resulta irónico teniendo en cuenta lo que ha despotricado el locutor de los dignos cómicos de este país, dedicándoles lindezas como “titiriteros”, “pesebreros” o “untados”, al margen de otros personalismos que han disparado toda clase de insultos contra algunos de los nombres y familias más ilustres de nuestra escena y cine. Y añadió que responden “al debate” entre medios de comunicación que mantienen una línea editorial enfrentada, en referencia al diario ABC y a la cadena COPE. Llegó a enmarcar la batería de insultos en la “tradición española” al compararlos con las glosas que mutuamente se dedicaban Quevedo y Góngora en el siglo XVII. Al final es que a él le va a pasar como a uno de los personajes de estas tragicomedias de los SSOO: va a ser “El Alguacil alguacilado” y su programa un teatrito con muñecos abandonados de José Luis Moreno.

Decía el ilustrado y parlamentario inglés de origen irlandés, Edmund Burke, que "lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Me ahorraría no pocos conflictos hablando exclusivamente de libros, de estrenos y de premios, pero la estirpe socrática por un lado, y la orteguiana, por otro, obligan a un sentido comprometido de la cultura que no voy a eludir. Quizá porque desde el “dolor de España” que esbozaron los pensadores y escritores de la Generación del 98, hay cosas que, por falta de madurez democrática y de responsabilidad histórica, siguen sin resolverse.

Vivimos tiempos cruciales en la historia de la democracia española; es tan evidente, como la falta de compromiso y madurez de algunas fuerzas que conforman los activos constitucionales del país, por no hablar de la bastardía ideológica de algunos que se creen iluminados desde ciertos medios de comunicación. No es que yo esté en contra de la disensión o la discrepancia, todo lo contrario: enriquecen social e intelectualmente a las naciones, pero la sociedad española habla con claridad al respecto, desde sus manifestaciones en las calles, en las que nadie pregunta al otro a quien vota, sino por qué no están todos.

En eso la ciudadanía sigue adelantando a la clase política, como destaca en su libro “Sociedad y Valores”, editado por Planeta, Manuel Fraga Iribarne. Siendo como es uno de los personajes clave de la historia reciente de España, y ponente de la Constitución de 1978, el político describe en estas páginas los valores que siempre ha defendido y su reflejo en la sociedad española, que siendo compartidos o no, merecen todo el respeto de alguien que ha vivido, asumido y evolucionado. Como él mismo afirma: “Las Constituciones son el cimiento desde el cual se organiza el sistema institucional de una sociedad moderna”. El libro es una síntesis de su pensamiento político que nos desvela su visión de los inicios de nuestra sociedad democrática y su posterior consolidación ante la amenaza del terrorismo, a pesar de lo cual, no elude llamar la atención de su propio grupo cuando advierte a los miembros de la cúpula de su partido que “hay que recuperar la vocación de centro del PP”.

Fraga se dirigió a sus compañeros de partido en la reunión a puerta cerrada del Comité Ejecutivo Nacional y pidió “flexibilidad a los principales dirigentes del PP, incluido Mariano Rajoy, e hizo un llamamiento para que el PP trabaje constructivamente por el fin del terrorismo.” Fraga destacó que en la sociedad española existe un amplísimo “deseo de paz” y recalcó que “el objetivo del partido debe ser el centro político”. El senador mostró sus “discrepancias ante las tesis que se lanzan desde la Cadena COPE, y aseguró que el PP no debe hacer caso a los discursos de determinadas emisoras radiofónicas”. Esto no agradó al ungido por las ondas, que lejos de ser un mero imbécil o un demente, empieza a parecerme absolutamente diabólico en el sentido literal de la palabra, que quiere decir “el que desune”, “el que separa”, y le respondió al señor Fraga: “no nos mareen y no nos maree usted, D. Manuel, porque entonces tendremos que empezar a hablar de cómo se lleva usted con D. Mariano y como apoya a Gallardón”, como si eso le incumbiera o fuese un delito.

Tampoco es una broma que considere al Rey Don Juan Carlos, jefe del Estado, por si se le olvida, “El peor enemigo de España” y recriminó al Rey que fuera al "unísono con el Gobierno", en el tema del pasado y fallido alto el fuego de ETA como si fuera una "república presidencial". ¿Se imaginan si esto sucediera en reino Unido? ¿Si alguien hiciera este tipo de declaraciones sobre la Reina? Claro que no se lo imaginan porque no sucede; porque nos tienen muchos siglos de ventaja en madurez democrática y parlamentaria. Voz a los sensatos y silencio a los falsos profetas del error, muy lejos de ser “santos”.

De todos los géneros literarios es evidente que el periodístico es el más contemporáneo de todos, apegado a las grandes revoluciones industriales, sociales y políticas del mundo moderno. Fue el político y escritor inglés Edmund Burke al que se le achacó la atribución ya consolidada del periodismo como “cuarto poder”, frente a los otros tres: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, a tenor de sus reflexiones y comentarios sobre la Revolución francesa y, en especial, sobre la fuerza de movilización en la opinión pública de los diarios del momento como vehículos de información e influencia. Nuestro país tuvo pronto grandes periódicos, como “El Mercurio gaditano”, imprescindible para comprender la penetración en España de las ideas y estéticas más importantes de la Ilustración y luego del diecinueve, y figuras como Mariano José de Larra.

El periodismo en nuestra tierra ha dado desde entonces fulgurantes figuras y otras que, pese al relumbrón de su verborrea y afán de protagonismo, se han apagado como efímeras cerillas. De los diarios aún vigentes, el decano de todos es el ya centenario ABC, fiel a los principios de su fundador, Torcuato Luca de Tena, y leal a los principios democráticos y constitucionales. Tal vez por esta razón, independientemente de ideologías o adscripciones políticas, el prestigio de este periódico se consolidó con las firmas de escritores y periodistas tan ilustres como José Ortega y Gasset, Valle Inclán, Mariano de Cavia, Azorín, José María de Cossío, o Rafael Alberti tras su exilio, entre otros.

Los equilibrios del periodismo no son fáciles nunca, ya que hay que poner en la mezcla veracidad, talento, información y honestidad, bienes escasos en días de mediocridad ambiente por arrobas. Proliferan muchos asalariados de otros intereses que no son la verdad, lo que los hace no libres sino esclavos de servidumbres muy bastardas de acoso y derribo.

Paradigma de esa malintencionada mala praxis periodística es el iluminado matutino ahora condenado por injuriador y al que también, tras la demanda consiguiente del diario ABC por “Competencia desleal”, un tribunal sentenció a una importante indemnización y a dejar de proferir insultos contra el periódico ya que el locutor, según el magistrado, estaría intentando “influir en la estructura de mercado o posición competitiva del diario ABC”. Según el auto del magistrado, la libertad de expresión “no comprende el derecho a insultar, porque ni éste es un derecho ni aquélla sería una libertad”. Con la de Zarzalejos se suman así a las más de diez demandas pendientes aunque, lo sorprendente, es que la Fiscalía no actúe de oficio contra este energúmeno que, entre otras ilegalidades, ha atentado contra la figura del Rey, refrendado por la mayoría del pueblo español cuando votó su Constitución y, por mucho que le pese, Jefe del Estado hasta que los ciudadanos no digan lo contrario. Sus insultos deberían ser tenidos en cuenta como la quema de fotos o las afirmaciones de los terroristas procesados por este mismo tipo de delitos, tipificados, ya que la prensa, y su libertad de expresión, no está por encima de la leyes ni eximen de su cumplimiento.

Manuel Francisco Reina es escritor y crítico literario